Guerras híbridas. ANDRES PIQUERA. Editorial Batalla de Ideas.
A un capitalismo degenerativo cada vez le cuesta más desarrollar fuerzas productivas. De hecho, ya supone hoy un freno al desarrollo social general. Por tanto, reduce también a pasos agigantados su capacidad de promover “bienestar” y “democracia”. No se ven fórmulas para recuperar las sendas estables de incremento de la tasa de ganancia, la productividad, la formación de capital y el empleo, ni mucho menos de cómo podría compaginar esos crecimientos con un estrés climático desbocado, el manifiesto agotamiento de materiales y energía fósil, así como la saturación de los sumideros planetarios, entre otros dramáticos elementos.
Ante ello la clase capitalista transnacional busca desesperadamente formas especulativas y parasitario-rentistas (eso que se ha llamado “financiarización de la economía”) de extraer beneficio a costa de la población, y hacer del dinero una fuente ficticia de ganancia. También se decanta cada vez más por las salidas destructivas, bélicas, en lo que puede concebirse como una desesperada forma militarizada global de preservación de privilegios sobre sociedades, territorios y recursos.
Ya señalamos en este mismo medio cómo esas condiciones se traducen en una generalizada geoestrategia del caos. Voy a recordar aquí algunos de los puntos de mira y de los porqués de tal mortífera opción, además de ahondar en sus formas de expresión.
La descrita militarización de las relaciones internacionales se traduce en una despiadada e incesante ofensiva global contra lo que podría ser el embrión de otro mundo posible. Ese embrión viene encarnado por China, pero el acoso “occidental” también contra Rusia ha empujado a que ambos países formen una dupla muy dura de roer. Hoy ejercen las dos únicas contra-dinámicas mundiales de recuperación de soberanía político-estatal frente al desenvolvimiento global (o globalización) del capital degenerativo. China, como principal potencia emergente, está intentando construir una forma de internacionalización que comienza a despegarse de esa degeneración globalizada en virtud de un entramado energético-productivo y comercial multipolar. Toda un área transcontinental integrada económicamente mediante la que se conoce como una nueva “Ruta de la Seda”.
“Un Cinturón una Ruta” en la terminología china, cubriría, de completarse, al 65% de la población mundial mediante conexiones con más de un centenar de países de los cinco continentes. Involucraría un tercio del PIB global. Movilizaría una cuarta parte de los bienes planetarios, suponiendo algo así como un tipo de “New Deal” a escala global capaz de insuflar algo más de vida productiva al capitalismo, tanto como probablemente constituirse en una de las últimas posibilidades de hacer una “transición suave” del mismo a otro modo de producción y está por ver si también a un diferente modelo civilizatorio. En cualquier caso, y hoy por hoy, en radical diferencia de lo que hace ese conjunto de países imperiales que se dan a sí mismos el nombre de “Occidente”, China está tejiendo con ese proyecto una Zona de Estabilidad productivo-comercial, bajo el lema “Make Trade, Not War”.
Por su parte, una Rusia que ha experimentado (aunque todavía con muchas dificultades y carencias por delante) un espectacular proceso de re-soberanización desde las más oscuras profundidades del hundimiento social a la que le llevó la caída de la URSS, está poniendo su poderío diplomático-energético-militar al servicio de ese proyecto, al que parece comenzar a entender como su única vía de futuro. Hay que tener en cuenta que esa alianza entra dentro de la estrategia de Moscú para conectar económicamente Europa y Asia en un súper-continente: la Gran Eurasia. Proyecto que por fin le permite a Rusia transcender su larga historia de intentos de insertarse de forma periférica en Europa, para pasar en adelante a ser fulcro de Eurasia.
Ante todo ello la reacción de “Occidente” ha sido y es pasar a llevar esa ofensiva del caos global a sus últimas consecuencias. En la actualidad EE. UU. -con sus subordinados dando saltitos detrás- presiona cada vez más las fronteras rusas a través de la OTAN, contraviniendo todos los compromisos contraídos ante la disolución de la URSS (en la Carta de París de 21 de noviembre de 1990, que por un momento pareció fungir como acta de defunción de la “Guerra Fría”), y que pasaban por no extender la OTAN hacia los antiguos países del Este ni desplegar fuerzas de la OTAN allí.
Sin embargo, tras el “Consenso de Washington” para establecer las nuevas reglas del juego mundial contra el Sur Global, tendría lugar la “Cumbre de Washington”, en 1999, en la que la OTAN se otorgaba el derecho a la “guerra preventiva”. Y en la cumbre de Praga (2002) acordó su expansión acelerada hacia el Este de Europa (presionando más y más a Rusia en sus fronteras). Tal “guerra preventiva” sin justificación alguna contra un país que había solicitado su ingreso en la OTAN, está poniendo en alarma tanto al Báltico (e incluso las latitudes polares) como a la Europa oriental. Desestabilizando también el Cáucaso. Pero lo más descabelladamente peligroso de todo es que activa una nueva escalada bélica en Ucrania, de ominosas consecuencias (incumpliendo de paso también los compromisos de París de no entregar armas letales a ese país ni incluirlo de jure o de facto en la OTAN). EE.UU. está abasteciendo de armas a Ucrania, al tiempo que despliega algunas de sus más mortíferos aparatos de combate en la zona, poniendo en peligro a toda Europa en primer lugar y luego al mundo entero.
Similar estrategia lleva a cabo contra China: desestabilización de la zona uigur, incentivación de la tensión en la frontera con India, cerco marítimo de flotas de guerra, acrecentado ahora a través del AUKUS, en el que implica a las formaciones anglosajonas subordinadas en detrimento de Europa, desafío a la integralidad del país asiático a través de la incentivación secesionista de Taiwán. Además, EE.UU. prioriza obstaculizar a cualquier precio la Ruta, para lo que ha emprendido la devastación de países. Intervenciones que Arthur K. Cebrowski, almirante y director de la Office of Force Transformation in the U.S. Department of Defense, concibió hechas sobre “países desechables” a los que había que destruir sus estructuras estatales. El llamado “Plan Cebrowski”, diseñado junto con Paul Wolfowitz y Colin Powell, contemplaba la reestructuración del dominio mundial estadounidense una vez desaparecida la URSS. La adaptación a un nuevo tipo de guerra y un nuevo America Way of War. Se contemplaba también, especialmente, la reestructuración total del “Medio Oriente ampliado” (toda la región de Asia Occidental y África Nor-oriental). Ahí se incluía eliminar del mapa los Estados que fueron aliados de la URSS o que quedan dentro de su zona de seguridad rusa.
A través de ese auto-declarado “Caos Constructivo” que ha pasado por distintas “Doctrinas” pergeñadas por los sucesivos gobiernos estadounidenses desde entonces, se desata lo que ya puede considerarse como una guerra total.
Entre las modalidades y componentes de esa guerra, vamos a destacar los siguientes:
Intervenciones militares directas
Las emprende EE. UU. solo o con sus subordinados, como en los casos de Irak, Somalia, Afganistán, Yugoeslavia, Sudán y Libia. Contra Yemen lo hace mediante intermediarios (con Arabia Saudita a la cabeza) y aviones no tripulados.
Guerras de cuarta generación o “híbridas”
Esta modalidad de guerra aprovecha el descontento real de unas u otras poblaciones o parte de ellas. Descontento que a su vez proviene en gran medida de la imposición a unos y otros países de las políticas de despojo “neoliberales” propias de la globocolonización post-URSS e impuestas por el FMI, el Banco Mundial y demás organismos del Gran Capital transnacional de “Occidente”, especialmente tras el “Consenso de Washington”. Repitámoslo una vez más: combinan el uso de la presión político-económica con operaciones militares en sus diferentes expresiones (operaciones subversivas, actuaciones clandestinas y de falsa bandera, guerra por delegación y proxy-guerras…), incluida la utilización de cuerpos armados irregulares y redes terroristas potenciadas o creadas ad hoc. También mediante la propaganda, la cibernética y la inteligencia artificial… con armamento sofisticado, cuerpos paramilitares infiltrados entre la multitud, con gran capacidad operativa y de incitación de masas, así como de sabotaje o acciones directas; lanzamiento masivo de noticias falsas (sobre políticas gubernamentales, daños económicos o sociales, asesinatos…) que se expanden por la red a través de miles de cuentas de perfiles falsos creadas para multiplicar su efecto; la demonización permanente y sistemática del líder o líderes a derribar y una cobertura mediática mundial coactuante, gracias al control de la mayor parte de cadenas de TV, radio y periódicos, además de Internet, Twitter, Facebook, etc, con las que se lleva a cabo la “fabricación de la verdad” a partir de mentiras sistemáticas y sistémicas, haciendo de la falsedad un arma geoestratégica.
Porque aquí va incardinada también otra modalidad de guerra, la mediática.
Guerra mediática
Forma parte especial de la guerra total. Se explica porque nuestros media -que en realidad están en manos de unos cuantos conglomerados mundiales “occidentales”- se alinean de forma más y más subordinada con la ofensiva mediática teledirigida desde la Casa Blanca, llevando a cabo políticas informativas cada vez más parecidas a las que tienen los medios de difusión de masas en eso mismo, en tiempos de guerra.
De ahí que, entre las más ignominiosas vergüenzas de “Occidente” en este terreno se cuente el hecho de que a quien ha denunciado con datos y pruebas (incluso filmadas) todo eso, como el periodista Julian Assange, se le aprisione y torture, mientras buena parte de nuestros media lo ignoran o miran para otro lado (ni siquiera un espíritu corporativo les mueve a denunciar ese crimen). En cambio, sí nos hablan continuamente de Navalni (presentándonoslo como el icono de la oposición rusa, cuando la principal oposición en Rusia es el Partido Comunista), de Guaidó o de Yunior, figuras “creadas” por “Occidente” para desestabilizar los Estados díscolos.
Y es que con esta modalidad de guerra híbrida-mediática se han desatado “revoluciones de colores” o, en su defecto, la destrucción de países, los cambios de gobierno (o su intento) y la extenuación de sus sociedades, como en los casos de Georgia, Chechenia, Azerbaiyán, Armenia, Venezuela, Honduras, Nicaragua, Bolivia, Congo, Nigeria, Siria, Hong Kong, las “primaveras árabes”, Ucrania, y ahora también Bieolorrusia e incluso las Islas Salomón. Eso para no hablar de la partición de Sudán y del persistente intento de hacer lo mismo en estos momentos con Etiopía.
Guerra económica
Por si fuera poco, y para completar esa guerra total, tenemos además la guerra económica, otra particular modalidad de guerra que practica EE. UU., (que también obliga al resto del mundo a seguir, ejerciendo a su vez sanciones contra quienes no la secunden), y que puede permitirse por gozar de la “moneda global” y del sistema de compensación de pagos SWIFT. Con ella realiza sanciones, bloqueos, piratería, así como robo directo de haberes y activos. Hoy agrede así nada menos que, entre otros, a Bielorrusia, Burundi, Corea del Norte, China, Irán, Libia, Nicaragua, Cuba, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Rusia, Sudán, Siria, Venezuela y Zimbabwe. Esta modalidad bélica causa indescriptibles padecimientos y muertes, pero resulta mucho más invisible mediáticamente que la guerra militar abierta.
Guerra judicial
A ella le sumamos la “guerra judicial”, con golpes de Estado o persecuciones políticas de primer nivel llevados a cabo a través del poder judicial, como ha ocurrido en Brasil, Bolivia, Ecuador, Honduras o Paraguay. También mediante la judicialización de cualquier iniciativa política de transformación de las correlaciones de fuerza, según acontece cada día en los países de “Occidente”.
Ciberguerra
Por último no hay que dejar de tener en cuenta la ciberguerra, que va desde el robo de secretos corporativos hasta acciones tan peligrosas como enviar recursos o materias primas de un destino original a otro distinto, o incluso entrar en los dispositivos de defensa y de inteligencia de unos u otros países, pasando por los hackeos corporativos o gubernamentales que pueden paralizar parcelas enteras de la economía.
En tiempos de guerra total el riesgo también se hace global y la inseguridad alcanza a todos los rincones del planeta. El propio jefe de la diplomacia europea, el adalid de la falsedad estratégica, fiel servidor de la Mentira global, Josep Borrell, lo ha dicho claramente: "la distinción clásica entre guerra y paz ha ido disminuyendo. Ya no es negro o blanco. El mundo está lleno de situaciones híbridas en las que nos enfrentamos a dinámicas intermedias de competencia, intimidación y coerción y lo que estamos viendo hoy en la frontera de Polonia y Lituania con Bielorrusia es un ejemplo típico de esto". Es probablemente la única verdad que ha salido de su boca como ocupante de ese cargo, pero se le ha olvidado mencionar que es “Occidente” el que está protagonizando esa guerra.
También oculta que el resultado de todas esas modalidades de guerra “occidentales” son sociedades devastadas, economías rotas, territorios barbarizados, poblaciones desposeídas, a menudo lanzadas de cabeza a la más absoluta miseria. Poblaciones que, en consecuencia, se ven obligadas a abandonar sus hogares, a migrar en masa por el mundo.
Y de nuevo como parte de la desfachatez y las vergüenzas de “Occidente” se encuentra el hecho de que culpa a otros de esos desastres que causa (la devastación de Libia, por ejemplo, en la que con tanto entusiasmo colaboraron muchas izquierdas europeas, está en la base del aumento de esas “tragedias” marítimas con las que lagrimean todos los días nuestros noticieros, sin explicar sus causas; y con Siria lo mismo). Así está ocurriendo ahora en la frontera polaco-bielorrusa y enseguida también ucraniano-bielorrusa.
En ese escenario de guerra total, EE. UU. necesita dejar expedita “su retaguardia”, porque considera que el continente americano es su isla fortaleza en tamaña guerra (la servil Europa quedaría abandonada a los pies de los caballos sin ningún problema en caso de estallido nuclear directo). Es por eso que hoy redobla la agresión contra todas las experiencias de desarrollo alternativo en la Patria Grande americana. Ahogando a Venezuela[i] y Nicaragua, e incluso a Bolivia con esa combinación de medidas agresivas ya descritas: sanciones económicas, diplomáticas y hostigamiento paramilitar y guerras híbridas entre las que destaca también el componente mediático. Ni siquiera experiencias neodesarrollistas como fueron la brasileña o la ecuatoriana, y es hoy la argentina, son respetadas. Pero por supuesto que a quien EE.UU. tiene especialmente en su punto de mira es a la piedra angular de la soberanía de Nuestra América, la que sentó las bases para el nacimiento y despegue de esas otras experiencias, para la búsqueda de caminos propios de autogobierno: Cuba. Ella es el bastión, el refugio que siempre estuvo ahí, lidiando sola en ese continente barbarizado por el “vecino del norte”.
El brutal asedio y bloqueo de casi 60 años que ha sufrido el pueblo cubano apenas es comparable con ningún otro, en una guerra de desgaste que tampoco sociedad alguna ha padecido durante tanto tiempo y con la intensidad salvaje con que se ha ensañado con la Isla[ii]. Es decir, una vez más, “Occidente” primero asedia, destroza condiciones de vida, imposibilita el desarrollo social y humano de unos y otros países, y después dice que en esos países “hay malestar” y que la gente no puede más, que “no se respetan los derechos humanos” y otras atroces (y criminales) hipocresías como esas.
En ese sentido, el papel de agente agresor delegado que ha asumido el Reino de España -aun con el “gobierno más progresista de su historia”- contra las experiencias de emancipación americanas, es tan vil como patético. Ahora Madrid se está convirtiendo en el centro de acogida no ya de opositores al servicio de EE. UU., sino también directamente de aplicadores de acciones terroristas en sus respectivos países. Es decir, una especie de sucursal de Miami.
Cada vez más la guerra total que hoy despliega “Occidente” está dejando un mundo dividido en dos partes. Quienes las potencias imperiales que se esconden tras ese nombre consideran países sometidos a sus designios -a los que nada reprochan sobre democracia, como los de Golfo arábigo, Turquía, Marruecos, Colombia o Israel, con un amplio historial de terrorismo de Estado[iii]-. Y quienes se remueven contra ese orden salvaje, unipolar y dictatorial, o quienes comienzan a liderar un nuevo orden mundial multipolar.
Tal división militarizada (en guerra total) del mundo, agravará la decadencia económica de una buena parte del sistema mundial capitalista. Las cadenas del valor se podrán interrumpir en amplias proporciones del globo, o se reestructurarán en y para cada parte dividida del mismo, con clara desventaja para el engendro decadente de “Occidente”, que precisamente por eso mismo ha emprendido también una guerra social contra sus propias poblaciones, en una acelerada destrucción de condiciones de vida y derechos socio-económicos.
Las luchas populares y anti-imperialistas, las luchas sociales y anti-capitalistas, las luchas por la humanidad, tendrán la palabra en el próximo devenir de los acontecimientos en un mundo en el que nadie está a salvo, en el que cada vez se hace más imprescindible e inevitable tomar partido.
[i] Aquí pueden seguirse algunos de mis escritos sobre la agresión a Venezuela: ¿Por qué Venezuela? (alainet.org); La estrategia del terror contra Venezuela: carta abierta al presidente del gobierno Pedro Sánchez – Otras miradas (publico.es)
[ii] Intentos de invasión, agresiones militares o amenaza permanente de ellas, sabotajes, acciones terroristas con explosión de edificios, ataques a centros de producción, caminos, comunicaciones e infraestructuras en general, asedio económico (ni siquiera medicinas se ha permitido entrar -aún en plena pandemia se boicoteaban los insumos necesarios para inocular a la población con las propias vacunas cubanas-, ni alimentos, ni una sola financiación exterior para conseguir cualquier producto o medio de producción, ni un tornillito de una cámara fotográfica; cualquier producto que contenga algún material estadounidense es susceptible de que se prohíba su venta a Cuba –no olvidemos que Estados Unidos hace aplicar sus leyes extraterritorialmente, esto es, obliga al resto de países del mundo a cumplirlas-; cualquier importación que Cuba quiera hacer ha de pagarla normalmente muy por encima de los precios de mercado, para compensar las sanciones de EE.UU. a los vendedores), ataques bacteriológicos para arruinar las cosechas y matar al ganado o incluso enfermar a la gente, bombas en los aviones de pasaje y otros medios de transporte cubanos puestas por auténticos terroristas que, como Posada Carriles, son primero financiados y posteriormente defendidos judicialmente por Estados Unidos, violando todos los tratados internacionales sobre persecución del terrorismo, entre un largo etc.
[iii] No puede dejar de mencionarse aquí que además del genocidio y apartheid sistemáticos que practica contra el pueblo palestino, Israel participa en todas las modalidades de la guerra total en cualquier parte del mundo como agente destacado (un país cuyas leyes impiden incluso pedir perdón por sus crímenes de guerra, como el asesinato de niñas; ahora tiene detenida a una ciudadana española por recaudar fondos para una organización humanitaria palestina que Israel, como todo lo que intenta preservar la vida o mejorar las condiciones del pueblo palestino, considera terrorista. No parece que la mayor parte de nuestros medios se hayan mostrado indignados por ello. ¿Qué hubiera pasado si a cualquier “Juana Ruíz” la hubieran detenido en Venezuela o Cuba, por ejemplo? En cambio, las organizaciones palestinas que se enfrentan al genocidio sí son consideradas “terroristas” por ese “Occidente” al que cada vez le cuesta más ocultar sus vergüenzas). Sobre Colombia como campeona olímpica en la violación de derechos humanos y asesinatos masivos de su propia población hablaremos en otro próximo momento.
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