Valerio Arcary / Resumen Latinoamericano / 31 de julio de 2019.
Una pregunta está presente, dramáticamente, en la cabeza de millares de activistas de izquierda. ¿Cómo fue posible haber llegado a esta situación? ¿Cómo fue posible que la extrema derecha, a través de un aventurero neofascista, haya conquistado, a través de las elecciones, la presidencia? ¿Podemos concluir que sufrimos una derrota histórica? O en palabras simples: ¿qué horas son? Para actuar todos los días precisamos saber qué horas son. Para una militancia revolucionaria precisamos saber en qué coyuntura estamos.El marxismo trabaja con varios niveles de temporalidades. Consideramos épocas, etapas, situaciones, coyunturas, en diferentes grados de abstracción. Vivimos, desde la Primera Guerra Mundial, en la época del imperialismo, o de apogeo y, al mismo tiempo, decadencia del capitalismo. Estamos en la etapa abierta por una derrota histórica en 1989/1991, la restauración capitalista. En el Brasil la situación es reaccionaria hace algunos años. Y después de la votación de la reforma provisional, hace dos semanas, se cerró la coyuntura abierta por las manifestaciones del 15 de mayo.
El argumento de este artículo es que estamos en situación reaccionaria, pero no aconteció todavía una derrota histórica. Pero la verdad, también, es que sólo en algunos años de distancia y perspectiva es posible conferir, sin grandes márgenes de error, si se trata de una derrota político-social histórica o no.
Una derrota histórica no es un cambio de coyuntura. Significa que el cuadro estructural de la relación de fuerzas fue alterado de forma desfavorable por un largo período. Se trata de una derrota mucho más que una derrota electoral. Más grave, también que una derrota político-social. Se trata de la más serias de las derrotas. Cuando una derrota histórica se precipita, toda una generación pierde la esperanza de que la vida puede cambiar a través de la movilización colectiva. Será necesario que una nueva generación adulta, madure a través de la experiencia de la lucha social.
La Comuna de París de 1871 fue una derrota histórica. El centro del movimiento obrero giró para Alemania por el intervalo de una generación. La derrota de la revolución rusa de 1905 no fue una derrota histórica. Así como hay derrotas históricas, hay también victorias históricas. La revolución rusa de 1917 fue una victoria histórica. Demostró, por primera vez, que una revolución socialista era posible. Hay victorias y derrotas históricas que son, esencialmente, nacionales. Hay aquellas que, por su impacto, tienen una dimensión internacional.
El ascenso del nazi-fascismo en los años 1920 fue una derrota histórica internacional. Primero en Italia, después en Portugal, a seguir en Alemania, finalmente en España, abriendo el camino para la Segunda Guerra Mundial. El ascenso del estalinismo en la URSS fue una derrota histórica internacional. La derrota en la guerra civil en Grecia en 1945 fue una derrota histórica, pero, nacional. El golpe de 1964, en el Brasil, fue una derrota regional. El golpe en Chile, en 1973, fue una derrota histórica. La más grave de la derrotas históricas en los últimos treinta años fue la restauración capitalista en la ex URSS. Tuvo dimensión internacional. Cerró una etapa que se extendió entre la victoria del nazismo, a partir de 1944, y 1989/1991, con la disolución de la URSS.
La tradición marxista-revolucionaria nos legó una referencia teórica sobre el tema. Hay una regla que nos puede orientar. Existen situaciones contrarrevolucionarias, reaccionarias, estables, prerrevolucionarias y revolucionarias. Y debemos considerar las situaciones transitorias entre ellas. Si la derrota fue histórica no estamos en una situación reaccionaria. Estamos en una situación contrarrevolucionaria. El régimen democrático-electoral ya fue desalojado o está en vías de serlo, porque el equilibrio de poder entre las instituciones fue o está por ser subvertido. Porque no tiene más sustentación en la estructura social. La superestructura política del Estado se irá a doblar ante la nueva relación social de fuerzas.
Sabemos, evidentemente, qué proceso de derrotas nos trajo hasta aquí. De las jornadas de Junio de 2013 a la muerte del camarógrafo de Bandeirantes; de la reelección dramática de Dilma Rousseff en 2014 a la nominación del banquero Joaquim Levy como ministro de Hacienda; de las movilizaciones de masas de la clase media en 2015 al impeachment en 2016; del gobierno Temer y la aprobación de la reforma laboral en 2017, a la condena y prisión de Lula, y a la derrota electoral. Finalmente, la aprobación de la reforma de la Previsión Social.
La respuesta no es simple. Ella es compleja, o sea, tiene muchos factores. Pero existen dos extremos en el debate. Una simplifica, testarudamente, el significado de la derrota, que es resumida a un accidente electoral, sobrevalorizando, el impacto de la cuchillada en Juiz de Fora. La otra maximiza el sentido de inflexión de la relación social y política de fuerzas que es, exageradamente, interpretada como derrota histórica.
Debemos evitar tanto la testarudez ideológica, cuanto la exageración retórica. Porque contaminan un análisis lúcido. Parece una ilusión óptica o una exageración, insistir que existiría un hilo de continuidad entre las Jornadas de Junio de 2013, que estaban en disputa, y las movilizaciones reaccionarias de 2015/2016 por el impeachment. Pero parece, también, una testarudez estéril, insistir en no admitir que el giro reaccionario de la clase media ya estaba presente en las calles en Junio de 2013.
La dinámica que prevaleció desde 2015, tenía una tendencia desfavorable. Pero eso no autoriza concluir, por un vaciamiento retroactivo de la perspectiva del presente, porque sabemos el desenlace, que la elección de Bolsonaro era inevitable. No era. Errores políticos graves de subestimación del peligro de un “invierno siberiano” representado por Bolsonaro, decisivos para la victoria de la extrema-derecha.
En un análisis de coyuntura es necesario estudiar las relaciones de fuerza en los conflictos sociales sin perder el sentido de las medidas. Debemos considerar una escala de calidad, y calificar las diferencias de calidad. Exageraciones impresionistas no ayudan. Inseguridad no es lo mismo que desesperanza. Desaliento no es lo mismo que postración. Debemos ser capaces de hacer mediaciones.
Existe el peligro de una derrota histórica en el horizonte, si el gobierno Bolsonaro no fuera detenido. Existe el peligro del “invierno siberiano”. Pero Bolsonaro no es imbatible. No será a través de tácticas electorales para 2020 o 2022 que abriremos un camino. Bolsonaro puede y debe ser derrotado en las calles por la movilización de millones. Preparemos el Día Nacional de Lucha del 13 de agosto. Confiemos en nuestra lucha.
Quien no se cansa, alcanza.
Traducción para Correspondencia de Prensa de Ernesto Herrera
Fuente: Esquerda Online, 25 de julio 2019
SP
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