Lunes, 06/10/2014
Por: Manuel Azuaje Reverón
"Para vencer al hombre de la paz
y acallar su voz modesta y taladrante
tuvieron que empujar el terror hasta el abismo
y matar más para seguir matando".
- Mario Benedetti.
El año pasado, en medio de una ola de asesinatos consecuencia del “irresponsable” llamado de Henrique Capriles a “descargar la arrechera”, escribimos un artículo donde expresábamos nuestra preocupación respecto a la normalización del asesinato político. Considerábamos altamente preocupante que el asesinato de más de 10 personas identificadas como chavistas, viniera acompañado por el apoyo abierto o silencioso de parte de los opositores a este proceso. La semana pasada revivió esa preocupación.
En aquella ocasión habíamos llamado la atención respecto a la operación psicológica que durante años se ha desarrollado, logrando que en el sector opositor de nuestra sociedad el asesinato de chavistas pase como algo normal. El reciente y brutal asesinato del diputado Robert Serra nos ha dado luces respecto al modo como funciona esa misma operación psicológica.
Un mar de pueblo salió a despedir a Robert Serra y María Herrera el viernes 3, demostrando que la grandeza de un revolucionario se aprecia en el amor que le tiene su pueblo, ahí marchaba la de Robert Serra, trayendo a nuestra memoria aquella manifestación de amor que acompañó al Comandante Chávez del Hospital a la Academia Militar el 6 de marzo del 2013. Mientras, en las redes sociales se esparcía el aroma de la muerte, ese que acompaña tanto a las oligarquías latinoamericanas. Más allá de las reacciones por parte de la dirigencia de la oposición venezolana, nos interesa destacar la actitud ante el crimen tomada por el opositor de a pie.
Desde que se supo la noticia del asesinato del camarada Serra se asomaron las voces abiertas del fascismo, que aplaudían el crimen, algunas llamando que se repitiera con otros dirigentes del gobierno y personalidades públicas. Muchos de estos personajes, unos escondidos bajo pseudónimos, otros sin nada que esconder, afirmaron que “ese debe ser el destino de todos los chavistas”, “hay un chavista menos y falta eliminar muchos más”. Algunos optaron por guardar silencio ante lo ocurrido, casi ninguno expresó rechazo ante el crimen.
Por parte de la prensa privada que trabaja desde distintas vías se avanzó en dos campañas a la misma vez. Una relacionaba el crimen con el “hampa común”, mintiendo respecto a unas supuestas declaraciones de Serra con motivo del asesinato de Mónica Spear, para así decir que no se trata más que de un nuevo crimen en la violenta Venezuela. Otra, alimentada por cierto espíritu amarillista, sumaba esfuerzos por crear versiones, rumores y detalles del asesinato, construyendo todo un relato en el cual Robert Serra aparece como un “malandro” al que le “llegó su hora” producto de una supuesta relación con actividades delictivas.
Todos estos elementos se suman en la banalización y normalización del crimen político, por supuesto, siempre y cuando se trate de dirigentes del chavismo. Porque nadie imagina que el asesinato en su casa de algún político opositor, se considere de una vez como producto del hampa común. Pero parece que la oposición venezolana se esfuerza para que éste sea el primer país del mundo donde la tortura y posterior asesinato de un parlamentario dentro de su hogar, sea descartado de inmediato como crimen político y se asocie a cualquier otra motivación.
En esta tarea de normalización del asesinato vienen trabajando silenciosamente tanto los medios de comunicación y las redes sociales, como algunas plumas al servicio del fascismo. Es destacable que mientras algunos articulistas de oposición se expresan haciendo esfuerzos infrahumanos para encubrir el terrible crimen bajo “llamados de paz”. Otros, como Manuel Malaver se descubren mercenarios de la palabra, intentando construir un discurso en el cual, el único culpable del asesinato de Robert Serra y María herrera es el propio Serra, el chavismo y los ya satanizados “colectivos”, intentando destruir moralmente a Robert.
Entre otras cosas, esta operación psicológica se construye sobre la base del desprecio que le tienen al pueblo ciertos sectores de la sociedad venezolana. Porque tanto en el caso de Eliécer Otaiza como ahora en el de Serra y Herrera, se asocia de inmediato, barrio, pobreza, hampa = chavismo. No es difícil para la “clase media” opositora ni la oligarquía que la dirige, imaginar que se trata de un asesinato producto de la “violencia del barrio”, porque llevan años alimentando la idea de que el barrio es igual a violencia, de que el chavismo es igual a malandro.
De esta manera, lo que para el pueblo venezolano, el pueblo chavista que compartió con Robert Serra no sólo su meteórica carrera política, sino su bondad, su carisma encendido y su voluntad de lucha, es una gran pérdida, traducida en dolor y rabia. Para la oposición venezolana es motivo de burla, de comentarios “jocosos”, cuando no de alegría porque “hay un chavista menos”. Todo esto demuestra el gran peligro de una parte de la sociedad que está preparada para celebrar o apoyar silenciosamente la persecución, asesinato y desaparición de todo un grupo político.
Esos que creen que el asesinato de Robert Serra se trató del hampa común o de un hecho de delincuencia ajeno al paramilitarismo, son los mismos que antes creyeron que Fabricio Ojeda se ahorcó y Jorge Rodríguez murió de un infarto así como las masacres de Cantaura y El Amparo se trataron de operaciones militares contra peligrosos guerrilleros. Como dijera Simone de Beauvoir “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”.
El asesinato de Robert Serra se suma al de más de 200 líderes campesinos, al de los obreros de Mitsubishi, al de Sabino Romero junto a casi toda su familia y al de los militantes revolucionarios caídos en los días posteriores al 14 de abril de 2013. Porque las huestes de la oligarquía venezolana llevan rato sueltas atacando a los sectores revolucionarios.
Hoy, como ayer, las oligarquías latinoamericanas vuelven a enfilar sus baterías contra la juventud revolucionaria. El pasado 26 de septiembre desaparecieron 43 estudiantes en México, el primero de octubre los cuchillos del paramilitarismo le arrebataron la vida a Robert Serra y María Herrera, ambos de 27 años y el domingo 5 se cumplieron 40 años del asesinato a balazos en las calles de Santiago de Miguel Enríquez, quien apenas tenía 30 años. La razón de todas estas acciones contra la juventud revolucionaria es la misma y la expresó el propio Robert: “nos tienen miedo porque no tenemos miedo”.
La derecha teme profundamente la chispa revolucionaria de la juventud que prende con facilidad en las sociedades con amplia desigualdad e injusticia. La oligarquía identifica esa juventud como el principal enemigo por el golpe desmoralizante que significa la muerte de un revolucionario en el momento más pleno de su capacidad de lucha. El fascismo mata para seguir matando, intenta convencernos de que el asesinato de un joven chavista es algo común y sin importancia. ¡Pero no lograrán vencer ni tampoco convencer!
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