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Rusia plantea la desmilitarización y desnazificación de Ucrania, donde el régimen instaurado en 2014 reivindica políticos colaboracionistas de los ejércitos de Adolfo Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, como Stepin Bandera, en cuyo homenaje el Parlamento de ese país decretó el 1 de enero, fecha de nacimiento del pro nazi, como día nacional.
La sumisión frente al imperio gringo y su maquinaria mediática mundial lleva a muchos a repetir, sin ninguna crítica, la narrativa de las potencias occidentales sobre lo que ocurre en Ucrania.
En realidad, lo que hace Rusia es proteger su territorio ante la amenaza nuclear diseminada a lo largo de países europeos integrados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, Otan, y neutralizar, con operaciones especiales focalizadas, la infraestructura militar ucraniana establecida en centenares de bases militares repletas de toneladas del armamento surtido por el Pentágono y el Reino Unido.
En suma, decirle “basta” a la expansión del bloque agresivo de la Otan, cuyo jefe, EE.UU., se halla sediento de dólares para la industria militar norteamericana y afectado por una crisis económica de magnitud insospechada.
Además, y no menos importante, Rusia acude en ayuda de las repúblicas populares democráticas de Donetsk y Lugansk, independizadas de Kiev y situadas en la región oriental de Donbass, cuya población lleva ocho años siendo masacrada por el régimen neonazi instalado en el poder en Ucrania luego del golpe de Estado de 2014, que derrocó a Víctor Yanukóvich, golpe largamente patrocinado por la CIA y las potencias occidentales, con la participación de escuadrones paramilitares fascistas ucranianos.
La operación rusa en respaldo a las dos repúblicas autónomas, reconocidas por el presidente Vladimir Putin el lunes 21 de febrero, fue recibida con beneplácito por la población que la esperaba hacía años luego de padecer la persecución política y la violación de los derechos humanos, sociales y económicos del gobierno de Petro Poroshenko, surgido del golpe fascista, y del actual presidente, Volodimir Zelensky, un comediante de televisión convertido en “jefe de Estado” en el marco del régimen de extrema derecha imperante, pero, en realidad, un títere de EE.UU. y del Reino Unido.
Los sufrimientos de los cuatro millones de pobladores de la región del Donbass, cuyo idioma es el ruso, lo mismo que su idiosincrasia, cultura, tradiciones y sentimientos, han sido indecibles y condujeron a la independencia frente al poder central de Ucrania. Además, los habitantes de esta región se niegan a ser incorporados a la Otan y a la Unión Europea.
Más de 14.000 personas asesinadas, bombardeos y ataques diarios a manos del régimen y del llamado Batallón Azov (una agrupación nazi-fascista integrada por supremacistas blancos locales y de otros países incorporados al Ejército y al Ministerio del Interior ucranianos), la pérdida de sus pensiones, la ilegalización de la lengua rusa (¡qué tal esto!) y un sinnúmero de medidas han lacerado el alma y los cuerpos de millones de residentes de Lugansk y Donetsk.
El testimonio de Luis Hernando Muñoz, ciudadano colombiano residenciado en Donetsk desde hace 36 años, ha resultado impactante por la claridad de lo que realmente ocurre allí y el martirio que les ha tocado soportar durante ocho años. Se trata de un documento televisivo que dejó pasmados a los periodistas de Caracol, que cuando lo contactaron seguramente no se imaginaban la historia que se iba a revelar sobre la realidad de la sufrida región.
Por todo ello, Rusia plantea la desmilitarización y desnazificación de Ucrania, donde el régimen instaurado en 2014 reivindica políticos colaboracionistas de los ejércitos de Adolfo Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, como Stepan Bandera, en cuyo homenaje el Parlamento de ese país decretó el 1 de enero, fecha de nacimiento del pro nazi, como día nacional.
Y donde proliferan agrupaciones de extrema derecha que glorifican, con el patrocinio del gobierno y de EE.UU., el nazismo, derrotar al cual costó la vida de más de veinte millones de soviético en la que se bautizó históricamente como la Gran Guerra Patria (1939-1945), legado traicionado por muchos hoy en Ucrania.
El objetivo de las potencias de Occidente, pues, es inundar de misiles de largo alcance la frontera con Rusia utilizando a Ucrania, pero para ello es indispensable hacerla miembro de la Otan.
Lo que está exigiendo Rusia de manera rotunda desde hace años, y que ha sido sistemáticamente desconocido por EE.UU., el Reino Unido y la Otan en general, es que se desista de esa iniciativa, que está en la estrategia de seguir desenterrando la anacrónica Guerra Fría surgida en 1949.
Para el gobierno ruso convertir a Ucrania en la plataforma de misiles nucleares, que en cinco minutos estarían impactando en Moscú, se constituye en asunto de supervivencia de su pueblo y su territorio, y de ahí su rechazo a la Otan. No es un invento de última hora de Putin.
Un hecho más: en 2014, la igualmente mayoritaria población rusa de la península de Crimea decretó, mediante referéndum, su separación de Ucrania y su regreso a jurisdicción de Rusia: el 95% de los participantes en la consulta votó por esa opción, lo cual exacerbó aún más a los nacionalistas de la ultraderecha de Kiev.
Moscú reclama, en el marco de los diálogos en marcha en Bielorrusia con Ucrania, el reconocimiento de Crimea como parte de la geografía rusa.
Las posiciones light
Ante este panorama complejo, sectores de la izquierda light y el progresismo liberal socialdemócrata en Latinoamérica hoy se acomodan y se suman a las sirenas de condenas occidentales a Rusia, sin ninguna contextualización histórica y geopolítica, porque creen que asumir esa condena suma votos, ambienta gobernabilidad o, por lo menos, neutraliza los rayos de las derechas.
Medios de comunicación que se reclaman “independientes” y hasta “alternativos” asumen, igualmente, el discurso de las grandes corporaciones comunicacionales de los países de la Otan, repiten sus líneas discursivas al pie de la letra y se prestan para reproducir imágenes claramente manipuladas del lado de la maquinaria de la guerra de desinformación.
Pero una de las posiciones más absurdas de los denominados progresistas es la de Gabriel Boric, el presidente electo de Chile, quien llamó a apoyar incondicionalmente el régimen neonazi de Ucrania, olvidando los tormentos de su pueblo en la Chile de 1973, torturado y masacrado por la dictadura fascista de Pinochet. ¡Qué contradictorio, que doloroso!
En esta época de ignorancias, “olvidos” y claudicaciones muchos no recuerdan, o nunca han denunciado, que los gobiernos surgidos en Ucrania después del golpe de Estado de 2014 ilegalizaron la lengua rusa que hablan millones de personas, especialmente en el este (región de Donbass), acabaron con las pensiones de trabajadores, encarcelaron a miles de opositores y sometieron al hambre y a los bombardeos cotidianos a millones de personas habitantes de las ahora repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk.
Y, menos, recuerdan episodios tan terribles como la espantosa cacería de obreros desatada por las hordas nazis en 2014 que concluyó con el brutal asesinato de 50 jóvenes y trabajadores comunistas en la ya tristemente célebre masacre a la Casa de los Sindicatos de Odessa, incendiada con la gente en su interior.
Quienes hoy asumen el discurso de EE.UU. sobre el operativo ruso en Ucrania no recuerdan la actual infame guerra de los jeques árabes contra el pueblo de Yemen, la destrucción imperialista desatada en Libia, la brutal guerra de EE.UU. y otras potencias contra el pueblo sirio, las invasiones gringas a Irak y Afganistán.
Tampoco recuerdan (o se hacen los amnésicos) el despedazamiento por parte de la Otan de la antigua Yugoslavia en siete trozos, para lo que fueron necesarios 78 días incendiando Belgrado y otras ciudades de la patria de Tito, contra las que lanzaron 2.300 misiles, 14.000 bombas y 15 toneladas de uranio empobrecido que generaron una crisis ambiental del horror.
Los que hoy lanzan alaridos hipócritas sobre Rusia, callan ante los bombardeos diarios del régimen nazi-sionista de Israel, patrocinado por EE.UU., contra el pueblo palestino en su lacerado, invadido y dividido territorio (Gaza y Cisjordania), que dejan miles de víctimas. ¡Cinismo sin límites!
Tampoco recuerdan las invasiones a Panamá, Granada, República Dominicana y tantas otras agresiones atroces acometidas por el imperio estadounidense en nuestro continente americano… Ni hablan de la guerra de las Malvinas, en la que el imperio inglés asesinó a centenares de argentinos para mantener la posesión del territorio invadido.
Y, desde luego, no se atreven a denunciar los terribles bloqueos económicos e intentos de invasión contra Cuba, la República Bolivariana de Venezuela y Nicaragua, tres países solidarios en estos momentos decisivos con Rusia, al lado de la República Popular China y de Bielorrusia.
Para rematar, nos encontramos un artículo de Camilo González Posso (“Se escala la guerra imperial de reparto entre potencias capitalistas”), en la misma tónica de los centristas tan de moda hoy.
En principio lo que plantea González es la no alineación, es decir, tratar por igual a la Otan y su política hegemónica, y a Rusia, a la que se busca aislar. González reivindica a Henry Kissinger, quien, entre otras cosas, habla de rechazo a la anexión rusa de Crimea, con lo cual el articulista desconoce el referéndum de 2014 en el que, como mencionamos arriba, la población decidió su retorno a Rusia (Crimea fue “obsequiada” por Nikita Jruschov a Ucrania en 1954). Y ni una palabra sobre las masacres y limpieza étnica del régimen de Kiev contra las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. González remata con el viejo argumento de no meterle ideología a esto. El discurso “profesional”.
La provocación del fantoche
Y mientras tanto, el régimen fantoche de Iván Duque, haciendo ejercicios con submarinos nucleares de EE.UU. en el océano Atlántico con la Armada gringa, otro acto de provocación contra Venezuela, como tantos que desde Colombia se han emprendido por los que usurpan el poder hoy en la Casa de Nariño y que tienen el cinismo ahora de hablar de invasiones e intervencionismo.
Ocultan que desde La Guajira colombiana se inició la nefasta Operación Gedeón, derrotada por Venezuela en las costas de la Guaira en mayo de 2020, y el circo en los puentes de norte de Santander para invadir, en febrero de 2019, a la hermana república con camiones de supuesta “ayuda humanitaria” y centenares de guarimberos armados con el auspicio de la Policía de Duque.
Que la Rusia de hoy no es socialista, sino un país que regresó al capitalismo, luego de la disolución de la Unión Soviética en 1991, se sabe. Pero eso no significa que, en el marco de las contradicciones del mundo capitalista de hoy, tengamos que desconocer asuntos fácticos denunciados por Moscú, empezando por la amenaza nuclear contra el pueblo ruso y la tragedia de ocho años en el Donbass.
Por el contrario, si algo está logrando esta crisis es que se empiezan a divulgar por el mundo estos hechos sobre los que la dictadura mediática internacional ha callado, y a pesar de la censura que los muy “democráticos” gobiernos de la Otan han impuesto para silenciar a medios como RT, Sputnik y otros. Cuando no hay argumentos, se recurre a amordazar la voz del mensajero. Y a producir un rosario de “sanciones” económicas, diplomáticas y de todo tipo, hasta deportivas, como las de la mafia de la Fifa.
Los agresores no son ni el pueblo ni el gobierno rusos, son la Otan, EE.UU. el Reino Unido y demás potencias occidentales y su títere, el régimen neo-nazi de Ucrania. Rusia y las repúblicas autónomas de la región de Donbass (Donetsk y Lugansk) se defienden.
Como dijera el analista chileno Alejandro Kirk, Rusia no cometerá el error de la Urss en 1939 de “intentar apaciguar al agresor con concesiones”. Moscú sabe que el régimen de Kiev es símbolo de arbitrariedad y cobardía. Ante la amenaza del bloque guerrerista de la Otan, Rusia tenía un dilema: se protege o claudica. Ya saben cuál es la respuesta.
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