A nueve años de su siembra, la figura de Hugo Chávez, su ejemplo, su entrega, su obra y sus postulados permanecen vigentes, incluso sumados a las raíces que él invocó como sustento del proyecto político y la propuesta de patria con la que enamoró y comprometió a los venezolanos.
T/ Manuel Abrizo F/ Archivo periódico Correo del Orinoco. Caracas Como ser humano, político y estadista, Hugo Chávez mostró en su fulgurante y meteórica carrera una serie de cualidades poco vistas en un personaje histórico, tanto en Venezuela como a nivel latinoamericano y mundial.
Los adjetivos son insuficientes para abarcarlo y encerrarlo: poseía inteligencia en grado alto, memoria privilegiada, valentía, visión estratégica, capacidad de adelantarse y prever los acontecimientos, alma poética y soñadora, innovador, fue un enamorado de la historia, bolivariano como pocos, “fiebrúo” (en cuanto al beisbol), era apasionado, enamorado, solidario, cuenta cuentos, declamador, amoroso, feminista, sensible, con sentido de malicia (en el buen sentido llanero de la palabra), fue un hombre de una personalidad transparente, que gustaba mirar fijamente a los ojos, se burlaba de sí mismo con ese humor característico de los nacidos en estas tierras.
Además, Chávez, en un modo de conducirse con absoluta transparencia, sin segundas intenciones ni barajas ocultas, jamás engañó a nadie, ni se valió del lenguaje del disimulo, y en el campo político acabó con la hipócrita retórica diplomática. Como venezolano, en cuanto a su forma de ser, resumió a toda una generación nacida y crecida a mediados del siglo XX, sobre todo en las barriadas populares de Caracas, en las grandes ciudades venezolanas o en campos y caseríos, en una casa o un rancho humilde en el que unos padres amorosos levantaban a sus hijos en medio de grandes dificultades y sacrificios.
De allí el flechazo del 4 de febrero entre aquel hombre de boina roja y el venezolano de a pie. Chávez se convirtió en la esperanza de la mujer que tiende la ropa en el patio sobre una cuerda de alambre, del agricultor que trabaja de sol a sol sembrando la yuca, el maíz, el quinchoncho, tiene unos cuantos animales y en las noches se encomienda a Dios buscando alivio a sus penas de siglos, y del obrero, del maestro, del pescador, del alfarero, del herrero, del zapatero, el pintor, del coplero, del soldado y el militar, puestos en la cuarta república al servicio de políticos corruptos. Los indígenas, igual que los afrodescendientes y las mujeres, le profesan una devoción eterna.
A los indígenas venezolanos le otorgó toda su dignidad, les creó un ministerio, les entregó tierras y reconocimiento a su cultura. Entre quienes lo acompañaron como ministros, funcionarios, diputados o dirigentes, en esos años de fundación de la República Bolivariana de Venezuela, abundan los testimonios de afecto, lealtad, agradecimiento, desprendimiento y el compromiso de honrar su memoria y su legado hasta que dejen de respirar.
“Yo la única diferencia que tuve con el comandante Chávez fue en el plano deportivo, ya que él era magallanero y yo caraquista”, dijo en cierta oportunidad Nicolás Maduro, palabras más, palabras menos. Igual, cambiando de equipo, puede decir Diosdado Cabello, fanático de los Tiburones de La Guaira. Cabello nunca ha utilizado otra expresión fuera de “mi Comandante”, para referirse a quien fuera su amigo, su mentor, su maestro y el ejemplo a seguir.
Un aspecto resaltante en la actuación y la personalidad de Chávez lo constituía la energía que despedía a cada paso o en cada intervención pública. Su timbre y tono de voz era tan potente en horas de la mañana como en altas horas de la noche, cuando el ritmo intenso de trabajo podría restarle fuerzas. El mismo aclaró de dónde emanaba tanta energía. “Es pasión patria”, explicó y se lo había confesado a una persona que le preguntó algo al respecto.
También contó que con Fidel Castro una vez hablaron del tema. Ambos coincidieron en que se trataba de una especie de “ardimiento”, una llama que ardía por dentro. Los millones de venezolanos que de una u otra manera se hicieron presentes en su funeral, los que acuden, venezolanos y extranjeros, al Cuartel de la Montaña, como una especie de peregrinación, constituyen una expresión inequívoca de hasta dónde caló Chávez en el corazón de su pueblo como ningún otro líder político venezolano en el último siglo lo hizo.
UNO MÁS Acerca de su actuación como gobernante basta escoger cualquiera de sus intervenciones públicas o de su programa Aló, Presidente, para constatar que no hubo un instante en que Chávez no dejara de abogar por la construcción de la patria buena, la patria bonita, la patria de todos, la patria libre, soberana, independiente. El 4 de diciembre de 1998, José Vicente Rangel lo tuvo como invitado en su programa José Vicente Hoy, que se transmitía por Televen.
Era el final de la campaña electoral. En su primera pregunta, José Vicente le dijo: “Tú has tenido una carrera política extraordinariamente rápida. En seis años te hiciste un prestigio, una popularidad que ahora rematas con esta candidatura presidencial. Ha sido una carrera muy difícil, muy complicada. En este momento, cuando estamos ya a las puertas de la decisión del pueblo venezolano, ¿cuál es tu reflexión acerca de esa situación, de cómo un hombre que surge del anonimato culmina exitosamente ese proceso?
A diferencia por ejemplo de las carreras de otros dirigentes políticos del país que han sido muy largas y han terminado en fracaso”. “José Vicente”, respondió Chávez, “yo lo que creo es que aquí, entre muchas otras cosas, se está haciendo evidente aquello de Ortega: ‘el hombre y sus circunstancias’. Creo que definitivamente ya nosotros no nos equivocamos cuando decidimos salir de nuestros cuarteles con nuestra dignidad a impulsar aquella rebelión legítima del 4 de febrero de 1992. Porque el Hugo Chávez de hoy es producto de todas estas circunstancias; es producto de una rebelión militar legítima, dolorosa ciertamente, pero legítima, era necesaria. Y todos estos años nosotros hemos venido confirmando nuestras tesis.
Pasamos dos años y dos meses en prisión, estudiando, tratando de interpretarnos a nosotros mismos en primer lugar y una realidad que circundaba. Salimos de la prisión y yo recuerdo, aquí vine a conversar contigo aquel día 26 de marzo, era sábado de Semana Santa, 1994, allá en los Monolitos, en Fuerte Tiuna, salí de la vida militar y me preguntó un periodista y usted ¿Qué va a hacer ahora? Y le dije: vamos al poder.
El gobierno del presidente Caldera me ofreció cargos, embajadas, y le dije: No, yo no tengo compromisos con nadie. Vamos a las catacumbas del pueblo, también lo dije. Y comenzamos entonces a recorrer los caminos, comenzamos a interpretar esa realidad, a conocerla mucho más de cerca, a organizar desde abajo, en todos los barrios. Yo le di como cinco vueltas a Venezuela, en vehículo, a pie, caminando por los barrios y lo recuerda el país, vigilado, perseguido, vilipendiado pero con una visión estratégica. Esa estrategia era y está dando sus primeros frutos: la organización de un vasto movimiento popular, un actor social con una fuerza tal que pudiese llegar al Poder y cambiar las condiciones sociales de marginidad del pueblo venezolano. Traducido del periódico Correo del Orinoco
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