domingo, 31 de agosto de 2014

EL EURO EN PROBLEMAS

Por: Carlos Javier Bugallo Salomón

En la lengua inglesa se denomina ‘juggernaut’ a una fuerza grande y destructiva que es objeto de devoción y de sacrificios humanos. De acuerdo con la Wikipedia, ‘juggernaut’ es una palabra que procede de la anglificación del termino sánscrito Yaganatha, que es uno de los nombres por los que se conoce al dios Krisná (avatar del dios Visnú) en la religión hinduista. 

Según los relatos de los ingleses en el período en que dominaron la India, los adoradores del dios Yaganatha se lanzaban bajo las ruedas del enorme carro de dieciséis ruedas sobre el cual el ídolo de Krisná era transportado (durante la procesión anual en el festival Ragha Iatra en Puri, una ciudad en el este de la India a orillas del golfo de Bengala), en la creencia de que así́ alcanzarían la felicidad eterna. 

De igual modo, sólo un acto de fe incondicional puede explicar cómo aun haya personas honradas que defiendan la permanencia de nuestro país en el Euro. En efecto, la Unión Monetaria Europea es hoy un obstáculo para la recuperación económica, un elemento de agravación de la recesión y un mecanismo de desposesión y explotación de clase. Y como ha señalado el Premio Nobel Joseph Stiglitz, incluso es un obstáculo para el mismo proceso de construcción europea. 

Examinemos la cuestión por partes. Hace pocos días (17/02/2014) el ministro Luis de Guindos cargó contra la política macroeconómica de la Unión Europea, echando en falta políticas fiscales y monetarias de estímulo (que se han mostrado muy útiles en el Reino Unido y en Estados Unidos), viniendo a confirmar el análisis que hice en el Debate sobre el Euro promovido por Público.es. ¡Y cuán amplio ha sido el eco que estas palabras de Guindos han tenido entre comentaristas como Estefanía, Ekaizer y Ontiveros! Aunque lo chusco ha sido que la crítica la dirigiera un político conservador contra el BCE y a la Comisión Europea, formando parte de esta última el socialista Joaquín Almunia. 

Pero esta crítica no resulta sorprendente. Muchos expertos en el tema previeron años atrás que el Euro sería cuestionado ante el surgimiento de crisis asimétricas, pues en ese caso los Estados no podrían hacer uso de las políticas macroeconómicas para estabilizar la economía, no sólo de la política cambiaria, sino también de la monetaria y fiscal. Lo cual resulta aún más dramático en el escenario de la crisis actual, la más grave que ha sacudido al mundo capitalista desde la Gran Depresión de 1929. 

Asimismo, el Euro ha empeorado la recesión actual al impedir una financiación de la deuda pública mediante el recurso al Banco Central, obligando a los Estados a reducir el gasto público con la consecuente presión bajista sobre de la demanda agregada. Por no hablar de los efectos negativos sobre la redistribución de ingresos y la provisión de servicios públicos. También el Euro se ha convertido en un instrumento confiscatorio del capital financiero sobre el capital público: gracias a la prima de riesgo sobre la deuda estatal, la banca europea se está́ recapitalizando y saliendo a flote de una situación que ella misma provocó. 

Cualquiera que conozca la historia económica sabe que la Unión Monetaria Europea, sin un Tesoro público que lo respalde, es insostenible. Un sistema de tipos de cambio fijos –y el Euro lo es, de manera irrevocable- es imposible de conciliar con el enorme desarrollo desigual de las fuerzas productivas (en especial, la ciencia aplicada y la tecnología) entre los diferentes países capitalistas. El hecho de que un país tan potente como Estados Unidos decidiera abandonar el patrón-oro en 1973, temeroso por entonces del empuje de la industria alemana y japonesa, debería convencernos de ello. Subrayado nuestro. 

Abandonar la Unión Monetaria Europea sería también la mejor muestra de amor al europeísmo, entendido éste como un primer paso hacia un internacionalismo solidario y progresista. Pues como ha señalado un agudo periodista, el lema de la Unión Europea, ‘Unidos en la diversidad’, en realidad esconde este otro más cínico: Desunidos en la adversidad. Sería pues un grave error no atender la advertencia de Federico Engels, de que no hay que confundir ‘la confraternización de las naciones’ con ‘el cosmopolitismo hipócrita y egoísta del libre cambio’. 

Frente a los que creemos que lo mejor que podemos hacer es abandonar la Eurozona, están quienes piensan que el reto es luchar por transformar la UME en algo distinto a como ha sido hasta ahora, a través de la unión de las fuerzas de la izquierda europea. El problema de este último argumento, y que a mí particularmente me deja insatisfecho, es que no aporta ninguna prueba de que existan los medios políticos y jurídicos para cambiar los Tratados que rigen la UME. Es decir: 

1. ¿Es la izquierda europea lo suficientemente fuerte para acometer este cambio? 

2. ¿Permite la regla de la unanimidad alterar los Tratados sin el consentimiento de alguno de los 18 países que integran la UME? 

3. Superados los problemas anteriores, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que se lograra este resultado? Si es mucho tiempo, puede que para entonces no quede tejido productivo en nuestro país que defender. A largo plazo, como dijo Keynes, todos estaremos muertos. 

Me gustaría que quienes apuestan por seguir en la UME contestaran a estas últimas preguntas de forma razonada y fundamentada, pues con ello conseguirían sin duda convencerme de sus propuestas. Mientras tanto, invocar el miedo a la salida de la UME no es en sí́ mismo una propuesta inteligente. Como dijo el presidente Franklin D. Roosevelt: "Lo único que debemos temer es el temor mismo." 

Para mí el mayor problema al que nos enfrentamos en esta cuestión no es el de como remontar los inconvenientes de la salida del Euro –que los hay-, sino ese otro más inquietante de si nos dejaran abandonarlo. Como he dicho antes, gracias a la crisis de la deuda el capital financiero europeo ha encontrado un filón de Potosí́ con el que está salvando los muebles, y muy posiblemente opondrá́ una resistencia feroz a cualquier propuesta en ese sentido. Ello podría ser la antesala de una intensa lucha de clases, fenómeno que algunos daban por olvidado.

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