Lenin Bandres. 06-02-2018
La actual visita del Secretario de Estado de los Estados
Unidos por algunos países de América Latina es digna de una especial atención y
de un detenido análisis, no solo por los objetivos e intereses que esta visita
busca concretar, sino también por el contexto actual en el cual se encuentra la
región latinoamericana a nivel político, económico y social.
La visita de Tillerson, la cual comenzó en México y que se
extiende por Argentina Perú y Colombia, fue precedida de un discurso en la
Universidad de Texas, en el cual resalta lo que podría entenderse como la
política exterior de la administración de Trump hacia América Latina. A saber,
un retorno a la sempiterna y conservadora doctrina Monroe, o lo que es lo
mismo, una vuelta a la postura paternalista y colonialista que ha caracterizado
por casi dos siglos la política exterior estadounidense hacia América Latina.
Dicha postura fue evocada por Tillerson cuando en un
sintomático acto de posesividad, advirtió sobre la amenaza que representa para
“nuestros valores democráticos” la presencia comercial de China y de Rusia en
la región, afirmando Latin America does not need new imperial powers that seek
only to benefit their own people. China’s state-led model of
development is reminiscent of the past. It doesn’t have to be this hemisphere’s
future (…) Russia’s growing presence in the region is alarming as well, as it
continues to sell arms and military equipment to unfriendly regimes who do not
share or respect democratic values.
Tal postura fue además confirmada en la sesión de preguntas y
respuesta en donde el Secretario de Estado afirmó explícitamente I think it’s
as relevant today as it was the day it was written, refiriéndose a la Doctrina
Monroe.
Lo primero que llama la atención de las cínicas declaraciones
del Secretario de Estado es que su mención a la Doctrina Monroe se realiza en
defensa de una hipotética comunidad de valores existentes entre los países de
nuestro hemisferio, la cual se resumiría en la tríada seguridad, libertad y
prosperidad. Estos principios liberales serían vehiculados a través de la
institucionalidad de la libertad democrática y de la ya globalizada libertad de
mercado, cuyo custodio y defensor universal serían los propios Estados Unidos.
Por otro lado, en la otra orilla moral se encontrarían países como China y
Rusia, cuyas visiones, por el contrario, serían “imperialistas”,
“proteccionistas” y “no democráticas”. La hipocresía del discurso maniqueo de
Tillerson contrasta con las propias acciones que el gobierno de EEUU ha
empleado actualmente en contra de los países de América Latina en materia de
migración, de seguridad y de comercio intraregional.
¿Será necesario recordarle al jefe de la diplomacia
estadunidense la infame política migratoria que ha impulsado la administración
Trump, la cual incluye la construcción y el financiamiento de un muro en la
frontera con México, la supresión de los permisos de residencia a los
inmigrantes de origen latino, las expulsiones de menores centroamericanos, la
contratación de 10.000 agentes policiales antimigratorios y la presión
financiera en contra de las llamadas “ciudades santuarios”? ¿Habrá que volver
sobre la amenaza lanzada por Trump en agosto de 2017 de una “posible solución
militar” a la crisis venezolana, la cual no solo tendría consecuencias nefastas
para ese país, sino también para toda la región suramericana? A propósito de la
venta de armas de Rusia a países de América Latina, ¿Será necesario recordar el
lucrativo y creciente negocio de provisión de armas, de equipos militares y de
entrenamiento militar que EEUU ha desplegado en la región centroamericana, en
Colombia y en México, bajo el pretexto de llevar a cabo una supuesta lucha
contra el narcotráfico? En fin ¿acaso habrá que recordar que la doctrina Monroe
tuvo como correlato las múltiples y continuas intervenciones militares de los
EEUU en México, Centroamérica y el Caribe a partir de la segunda mitad del
siglo XIX y a través de toda Suramérica durante el siglo XX?
La retórica moralista del jefe de la diplomacia
estadounidense contrasta grotescamente con las acciones que su propia
administración ha llevado a cabo en contra de la población hispana residente en
los Estados Unidos y en contra de gobiernos de la región como el de México,
Venezuela, El Salvador y Cuba. No obstante y más allá de lo obsoleto e
inadecuado que parezca la narrativa restauradora de la doctrina Monroe,, lo que
parece aun más alarmante es la evidente incapacidad de los gobiernos
latinoamericanos de poder consolidar un espacio de diálogo y de entendimiento
común capaz de brindar respuestas conjuntas a los múltiples desafíos que
enfrenta la región. Pues a pesar de la existencia de diversos foros y
mecanismos de integración regionales y subregionales, la mayoría de estos han
sido incapaces de responder de manera sólida y continua a las prioridades
políticas, económicas y sociales de América Latina.
En el año 2017, la impotencia de la Organización de Estados
Americanos (OEA) para conseguir una salida a la crisis política venezolana, así
como su indiferencia frente a la crisis política brasileña, fue una fiel
muestra del impasse institucional y de la falta de credibilidad que atraviesa
este mecanismo de integración hemisférica. Por su parte, la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), siendo el espacio natural para
responder a los múltiples desafíos políticos regionales sin la agobiante
intervención de los EEUU, tampoco se encuentra en condiciones de responder a
las urgencias de América Latina, desde que un grupo de países (el Grupo de
Lima, integrado por una docena de países latinoamericanos más Estados Unidos y
Canadá) zanjó las tensiones existentes entre los países miembros del foro, a
través de la instrumentalización ideológica de la crisis política venezolana.
Por su lado, la Unión de Naciones del Sur (UNASUR), la cual se encuentra desde
hace un año sin dirección ejecutiva, también se muestra dramáticamente
inoperante para dar respuesta a los múltiples desafíos que afectan la región
suramericana, debido por un lado a la desconfianza recíproca existente entre
sus miembros, y por otro lado a la ausencia de mecanismos flexibles de toma de
decisiones que le permita trascender institucionalmente las diferencias
internas..
Finalmente, ningún mecanismo de integración económica
subregional, desde el SICA hasta el Mercosur han logrado consolidar la
integración económica-comercial de sus miembros. En algunos casos ni siquiera
se ha logrado conformar una unión aduanera entre los países participantes y la
dinámica comercial ha contribuido muy parcialmente a incrementar el flujo de
intercambio intrarregional, siendo que actualmente la mayor parte del comercio
de America Latina se realiza extrazona
Frente a este panorama de lamentable frustración en materia
de integración, los EEUU muy oportunistamente aprovechan la ocasión para
profundizar aún más la fractura regional, a través de la atomización ideológica
y de la penetración agresiva y unilateral de mercados. En este contexto, la
VIII Cumbre de las Américas que tendrá lugar en Lima, el próximo 13 y 14 de
abril, no tendrá otro objetivo que el de avanzar hacia la consolidación de una
agenda hemisférica en la que la preeminencia diplomática y comercial de los
EEUU - bajo las premisas del “America first” de la administración Trump-
termine por imponerse como única e ineluctable alternativa vis-à-vis de la
inoperancia de los diversos mecanismos de integración regional de América
Latina. Tal escenario no solo representaría un franco y trágico retroceso en el
proceso de integración latinoamericano, sino también un signo de debilidad y de
subordinación política en un contexto de reconfiguración global de las
principales potencias mundiales y de sus zonas geográficas de influencia.
El mejor escenario para América Latina frente a esta realidad
emergente, sería el de una participación con voz y representación propia ante
los principales foros y organismos de gobernanza mundial. Para ello es
necesaria la construcción de un consenso a partir de un mínimo denominador
común que permita trascender las diferencias internas que hoy horadan la
cohesión regional. Ante esta trágica realidad sería preciso interrogarse ¿Será
la rehabilitación de la doctrina Monroe por parte de la política exterior de
los EEUU, una ocasión propicia para suscitar la creación de un frente común
ante los peligros que esta política representa?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor
mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para
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