martes, 8 de julio de 2014

ESTE PODRÍA SER EL MUNDIAL DE LA "TORMENTA PERFECTA"

Sábado, 07/06/2014
Por: DPA

El invierno es mentiroso en Río de Janeiro, con días de sol y calor húmedo en la recta final hacia un Mundial que podría ofrecer la tormenta perfecta, una combinación de tensión política, social y futbolística como quizás sólo Brasil es capaz de generar.

El Maracaná, escenario de la final del 13 de julio, es una buena metáfora de las virtudes y defectos de Brasil 2014: cuando las sombras de la noche ocultan los matices, el estadio exhibe orgulloso una potente y elegante iluminación verdeamarilla en su anillo superior; cuando el sol muestra todo, el área en torno al escenario se confirma como triste y degradada, mientras una veintena de obreros se afanan en terminar una instalación temporaria en la acera de enfrente.

“Brasil no es para principiantes”, dijo alguna vez el ya fallecido compositor y cantante Tom Jobim, uno de los mitos del país más grande de Sudamérica.

Podría haber dicho también que Brasil no es para suizos, porque uno de los problemas del Mundial es el choque de culturas entre la tecnocrática y profundamente helvética FIFA y un país que, sencillamente, funciona de otra manera.

Si la FIFA pudo intervenir el Mundial de Sudáfrica 2010 y convertirse de hecho en la organizadora del torneo -que salió mucho mejor de lo que tantos agoreros europeos pronosticaban-, fue porque los sudafricanos estaban ya sobradamente satisfechos con ser sede de la primera Copa del Mundo en el continente. Sentían que no podían pedir mucho más, estaban agradecidos.

Brasil no, Brasil tiene historia y orgullo, además de potencia económica pese al caos en el que se mueve. Brasil no está agradecido a la FIFA, en absoluto. Los brasileños, con la presidenta Dilma Rousseff a la cabeza, piensan lo contrario, sienten que es en realidad la FIFA la que debe agradecer a Brasil poder llevar el Mundial al “país del fútbol”.

Y así, la dinámica es imparable, riesgosa y con final desconocido. Thierry Weil, director de marketing de la FIFA, está sorprendido por “el modo en que Brasil es capaz de terminar las cosas a último momento”.

La costumbre no es sólo brasileña, porque muchos países de la región la comparten, pero permite intuir que el regreso del Mundial a Sudamérica tras 36 años de ausencia no se convertirá en un caos organizativo en los estadios. Con estadios terminados a último momento y varios de ellos sin probar, Brasil y la FIFA, a un costo que quizás nunca se conozca, tienen pese a todo los instrumentos para mantener el Mundial bajo control.

Lo que Brasil y la FIFA, en cambio, no tienen manera de controlar, es lo que vaya a suceder fuera de los estadios. Y allí estará la clave del Mundial.

Rousseff está en campaña para las elecciones presidenciales de octubre, y lo que hasta el año pasado parecía un triunfo seguro es ahora al menos puesto en duda. Todo cambió desde aquella silbatina del 15 de junio de 2013 en el estadio Mané Garrincha de Brasilia, también conocido como Estadio Nacional, el detonante de importantes manifestaciones populares en varias ciudades brasileñas.

Rousseff y el presidente de la FIFA sufrieron aquella tarde un abucheo feroz, tan fuerte que Joseph Blatter confirmó en marzo a dpa que el jueves no habrá discursos en Sao Paulo. Su idea es reducir al mínimo el tiempo de exposición a la posible nueva silbatina.

Puede ser un magro consuelo, porque muchos de los restantes 63 partidos y las 11 ciudades ofrecen oportunidades de hacer sentir el descontento de una población que apela a una pregunta sencilla: ¿por qué gastar tanto dinero en estadios y otros aspectos del Mundial en un país que sufre carencias gravísimas en educación, salud y transporte?

Una encuesta reciente asegura que el 11 por ciento de la población de Río está dispuesta a manifestarse en contra del Mundial. Eso sería más de medio millón de personas, pero con que fueran 50.000 alcanzaría para que las cadenas de televisión apostadas frente al Maracaná dieran una imagen caótica del país.

Ya hubo algo de eso en las últimas semanas: un indígena lanzando flechas a la policía en Brasilia en el día en que el trofeo de la Copa del Mundo recalaba en la capital brasileña en una gira organizada por Coca Cola, o maestros manifestándose en Teresópolis, la sede de la concentración brasileña.

“Disculpe, Neymar” (http://dpaq.de/gSlVK), dice el cantautor Edu Krieger en un tema en el que denuncia el “robo” que es a su entender un Mundial con importante tensión futbolera.

¿Y si Brasil se va antes de tiempo? ¿Y si Brasil fracasa incluso antes del encuentro decisivo para mantener vivo el “Maracanazo” de 1950? Ni el gobierno ni la FIFA quieren ese escenario, que dejaría el campo definitivamente abierto para preocupaciones y temas extrafutboleros.

El Mundial es una caja de sorpresas. Hace apenas semanas resultaba difícil imaginar que Ronaldo, embajador de la Copa del Mundo y miembro de su consejo de administración, dijera que la organización le daba “verguenza”. Pero lo dijo.

Votante confeso de Aécio Neves, el principal rival de Rousseff en las elecciones, el ex delantero es un emergente más de un Mundial explosivo, prólogo de otra gran cita en serios problemas: los Juegos Olímpicos de Río 2016.

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